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Mandela ha hecho la humanidad más grande

Hablar de Nelson Mandela, valorar su trascendencia y legado, no se hace fácil. Frente a personas como él, los adjetivos siempre se quedan cortos y no hay sustantivos suficientes. Yo quiero hacer una reflexión desde la humildad y el respeto.

Muy de vez en cuando, hay personas que trascienden su circunstancia individual y se convierten en humanidad, en la personificación del dolor ajeno, en la expresión de las esperanzas rotas y mancilladas de millones de otras personas, en ejemplo y espejo en el que mirarse. Nelson Mandela ha sido eso, la estrella en la noche oscura que guía la esperanza en la igualdad de las personas.

Nelson Mandela ha muerto. Y con él ha muerto una parte grande de la historia del Siglo XX. Un siglo de dolor, violencia, guerras y asesinatos; y sobre todo, un siglo que expulsó de la humanidad a dos tercios de las personas que lo habitaban. A mí me gustaría, al menos, que muriera con él ese Siglo XX cruel e inhumano que trazó fronteras  y rejas entre las personas con derechos y las personas desahuciadas, marginadas, que no tenían ningún horizonte en la vida.

El camino a la libertad ha discurrido por muchos pasajes negros a lo largo de la historia. Cuando Pericles dio su famoso discurso por los muertos de Atenas dijo: “A todo el mundo asiste, de acuerdo con nuestras leyes, la igualdad de derechos”. Pero se olvidaba de los metecos sin derechos y se olvidaba de los esclavos que trabajan para los ciudadanos atenienses.

En la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, sus redactores proclamaban solemnemente: “Sostenemos como verdades evidentes que todos los hombres nacen iguales”.  Pero entre esos hombres no estaban los negros esclavizados.

Hubo que esperar hasta finales el siglo XIX para que las sociedades liberales europeas derogaran la esclavitud en las colonias. Todos sabemos del gesto heroico de Rosa Park, que no quiso ceder su asiento de un autobús por ser negra, como establecían las normas de discriminación racial de Alabama,  y era el año 1955.

Cuántos años, cuántos siglos hablando de la libertad de las personas, de la humanidad que avanza,  cuando, sin embargo, la realidad nos mostraba que en esa humanidad no cabían todos.

Después de Mandela ya nadie podrá decir que la humanidad tiene limitaciones, que lo humano está restringido sólo a unos. Nelson Mandela ha sido quien ha roto para siempre el candado de la cadena que cerraba la puerta a participar en la humanidad a centenares de millones de personas.

Nelson Mandela ha hecho la humanidad más grande y más moral, más ética. Porque a partir de él ya no hay nadie que pueda quedar fuera la comunidad humana. Habrá personas marginadas, en la pobreza, pero ya no habrá personas, del color que sean, de la religión que profesen que estén fuera de la Humanidad.

A los europeos actuales nos cuesta entender esto. Funcionamos con otras categorías; comprendemos que hay gente que sufre, personas que no tienen las mismas oportunidades. Pero quedarse fuera de la humanidad es otra cosa, ser desprovisto de los derechos que disfrutan otros es habitar un mundo sin horizontes, donde la vida no existe, sólo la supervivencia animal.

Mandela nos recuerda eso, que durante siglos hemos expulsado de la humanidad a mucha gente. Quiero destacar una frase de su discurso en la toma de posesión de la presidencia de su país que encierra al mismo tiempo su legado de futuro: “De la experiencia de una desmesurada catástrofe humana que ha durado demasiado tiempo debe nacer una sociedad de la que toda la Humanidad se sienta orgullosa”.

Al decir estas palabras era consciente de que no sólo estaba hablando a unos millones de sudafricanos marginados hasta entonces. Estaba hablando precisamente a la Humanidad. Mandela nos liberó al resto, sobre todo, de la infamia de mantener a millones de personas fuera de la comunidad humana por el hecho de tener un color de piel diferente. Y fue también, en el sentido literal de la expresión,  un Padre de la Patria, el fundador de una comunidad política en la que todos se reconocen como miembros.

Porque cuando Mandela era joven, Sudáfrica no era un país, no era una comunidad política; era un territorio fragmentado con unos dueños blancos. Sin embargo, él, a la vez que reivindicaba la igualdad para todos, supo sembrar la unidad, convirtiendo a cada uno y a cada una de los sudafricanos en miembros de la misma comunidad. Y supo hacerlo con la mirada puesta en el futuro, amarrando con grilletes la tentación de reproducir hacia adelante las injurias del pasado.

Supo comprender y explicar que una sociedad de ciudadanos iguales no puede construirse sobre la venganza ni sobre la marginación de nadie. Que era necesario asumir la pluralidad de negros, blancos y mestizos, para construir juntos un único país para todos. Y consiguió  que los surafricanos lo asumieran.

Es cierto que si hoy viajamos por Sudáfrica veremos que existen problemas, que hay muchas  personas que siguen sumidas en la pobreza, que el ideal de igualdad social para todos tiene aún un largo recorrido. Veremos, sí, personas pobres, pero personas. Veremos desigualdades, pero desigualdades dentro de la comunidad humana.

Nelson Mandela se nos ha ido, con su sonrisa franca y su camisa de colores. Pero desde hoy Mandela es un lucero que nos guía. Una estrella que siempre estará en el lado de la lucha por la igualdad.

Patxi López es Secretario General del PSE-EE y anterior Lehendakari del Gobierno Vasco.

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