Patxi López. "Foro Europa. Tribuna Euskadi"
Buenos días a todas y a todos:
Quisiera, en primer lugar, agradecerles su asistencia. Y, a los organizadores de este Foro, a sus patrocinadores y, en especial, a José Luís Rodríguez, la invitación que me han cursado para hablar en esta tribuna, ante todos ustedes, y dar a conocer mis opiniones sobre el momento económico y político que estamos viviendo en Euskadi.
También por supuesto, quiero agradecer a Mikel, Alcalde de Portugalete, de mi pueblo, sus palabras de presentación, exageradas sin duda por la amistad que nos une, por el compromiso político que ambos compartimos y por el afecto y el cariño mutuo que nos tenemos.
La verdad es que estamos, tras la histórica victoria de Obama en EE UU, en un momento singularmente estimulante para el debate político. Un debate político, un contraste de ideas que, en mi caso, se ceñirá al País Vasco porque es lo que me corresponde y porque nos encontramos a las puertas de unas Elecciones Autonómicas que celebraremos dentro de cuatro meses y que merecen que, en foro público, se presenten ideas y proyectos sobre los que los ciudadanos y ciudadanas tendrán que elegir.
Pero comprenderán que no deje pasar la ocasión para apuntar sólo dos lecciones que creo podemos extraer de la victoria del candidato demócrata en Estados Unidos. La primera, su anhelo de unir al país, de unir a todos los estadounidenses para superar las estrategias políticas basadas en la división que han caracteriza-do los mandatos de Bush, la necesidad de hacer un país como suma de ciudadanos y ciudadanas a un pro-yecto compartido. Y la segunda, que el suyo ha sido el triunfo de la esperanza frente al miedo, un triunfo de la democracia y del mandato del pueblo frente a los cenizos que decían que nada podía cambiar y frente a aquellos que pensaban que el gobierno les pertenecía por derecho propio.
Y yo creo que algo de ese “efecto Obama” que está recorriendo el mundo nos va a llegar también a Euskadi y por eso estoy convencido de que las próximas elecciones vascas van a marcar un antes y un después en la política de nuestro país.
Porque llega la hora de la consulta de verdad que en democracia es siempre la hora de dar la voz y el voto a los ciudadanos y ciudadanas, a cada uno de ellos.
Y llega el momento de escuchar la respuesta que los hombres y mujeres de este país van a dar, no a las preguntas de la consulta de Ibarretxe, sino a una pregunta mucho más sencilla y, a la vez, más importante: ¿Está usted de acuerdo con abrir en Euskadi un nuevo tiempo para la paz, la convivencia y el pacto entre diferentes?
Esta es la pregunta a la que los vascos vamos a responder dentro de apenas cuatro meses y yo estoy seguro de que la respuesta mayoritaria va a ser un enorme SÍ.
Sí al futuro. Sí al cambio para desterrar la división, el enfrentamiento y la bronca permanente. Sí a un autogobierno lo más amplio posible, dentro de España y de Europa, sin aventuras que no sabemos adónde nos llevan. Sí al pacto entre vascos que pensamos y sentimos de manera diferente. Sí a la cooperación con el Estado… en definitiva, sí a la Euskadi real, a la Euskadi de los ciudadanos. Sí a hacer este país entre to-dos y no unos contra otros.
Y para hacer posible todo esto, para fijar un horizonte compartido de estabilidad, de seguridad y de pro-greso para Euskadi, estoy convencido de que la ciudadanía vasca va a pensar en el Partido Socialista.
Y empezará por valorar la labor desarrollada, por unos y por otros, en el Gobierno y en la oposición, y ten-drá muy en cuenta el juicio que le merecen los dirigentes que compiten en las elecciones.
Y ahí está la hoja de servicios que presentamos los Socialistas Vascos. Porque somos el partido que ha querido y ha sabido estar en todos y cada uno de los acuerdos que han hecho avanzar al país en estos cua-tro años: en los acuerdos para aprobar leyes fundamentales como la de Víctimas del terrorismo, las leyes presupuestarias, la Ley de Suelo, la Ley de Aguas, el complemento de las pensiones mínimas o el pacto so-cial…
El partido que ha estado dispuesto a arriesgar para ver el final del terrorismo. Que, cuando hizo falta, se comprometió a fondo y puso el interés del país por encima de cualquier otra consideración, para que en Euskadi no tuviéramos nunca más que llorar a una víctima del terrorismo.
El partido, que cuando ETA frustró las esperanzas de paz de miles y miles de ciudadanos con su vuelta a la actividad terrorista, sigue en primera línea en la lucha antiterrorista, sin bajar nunca la guardia, con firme-za democrática, apoyando la acción decidida de nuestras policías, de la Justicia y encabezando también la deslegitimación social y política de quienes aún amparan y justifican la violencia.
El partido que ha estado y está detrás de los grandes proyectos de futuro para este país, como son el Tren de Alta Velocidad, el Puerto Exterior de Pasaia o la candidatura para que Euskadi sea la sede de un gran centro de ciencia y tecnología con la Fuente Europea de Espalación Neutrones.
El partido dispuesto a arrimar el hombro para que la crisis económica, cuyos efectos ya están notando mu-chas familias y empresas vascas, no la paguen los de siempre, los que menos tienen y, a la vez, sea una oportunidad para poner nuestro tejido económico e industrial mirando al futuro.
Creo, sinceramente, que siendo el principal partido de la oposición, nadie nunca ha asumido tanta respon-sabilidad de país para evitar que los ciudadanos pagaran los platos rotos de la decisión de Ibarretxe de formar un Gobierno en minoría, paralizado en la gestión por su dedicación permanente a las causas identi-tarias.
Nuestro trabajo hasta hoy ha sido la demostración de que se pueden hacer las cosas de otra manera. Pero ahora, lo que está en juego en Euskadi, y no lo digo yo, sino que son palabras de alguien que está sentado en esta mesa, no es la transversalidad de la sociedad vasca, que es y va a seguir siendo plural y diversa (nadie podrá uniformarla ni homogeneizarla), sino quién la lidera. Y sólo hay dos aspirantes con posibilida-des reales de hacerlo: Juan José Ibarretxe y quien les habla.
Y soy plenamente consciente de que si logramos el triunfo, no será ni mío ni de mi partido. Será la victoria de una nueva mayoría de vascos y de vascas que quieren que se respete su pluralidad y diversidad, que quieren que en Euskadi se acabe el tiempo de la división y la bronca permanente y se abra un nuevo tiem-po de unidad y de acuerdos. Que quieren desterrar el “conmigo o contra mí”, el “los nuestros y los otros”, para empezar a conjugar el “nosotros” todos juntos.
Y ese es un nuevo tiempo que Ibarretxe ha demostrado que no puede liderar. Porque si en el pasado fue Lizarra, el plan que lleva su nombre o la consulta (siempre dando prioridad a la imposición de sus apeten-cias personales), en el futuro buscará nuevas fórmulas para seguir en el monotema, en el raca-raca y en la división. Y esto no es lo que quiere la ciudadanía.
Aunque el PNV y su presidente Iñigo Urkullu traten ahora de recuperar el discurso más pragmático, es Iba-rretxe quien marca el camino, como ha demostrado en todas las ocasiones que se le han puesto por delan-te.
Y su camino no es para avanzar en la relación amable con España, sino para avanzar hacia la independen-cia, como dicen sin reparos sus socios de EA. Unos socios que ahora han decidido presentarse a las elec-ciones por separado, pero que se aliarán otra vez con Ibarretxe y el PNV en cuanto la oportunidad se pre-sente.
Y ya nos están diciendo claramente que su pretensión no es buscar el acuerdo con los que tenemos un mo-delo de país diferente, sino la acumulación de fuerzas para ir al choque de trenes, al choque de soberanías. Y, con seguridad, eso no es lo que quiere la sociedad vasca.
Por lo tanto, en estos términos están planteadas las elecciones vascas: o más Ibarretxe para seguir en esa senda de “más de lo mismo” con más división. O dar a este país una oportunidad con un gobierno de cam-bio que ofrezca a la ciudadanía lo que ofrecemos los Socialistas, la búsqueda del consenso para formalizar colectivamente un triple pacto: un pacto por la Libertad y la Igualdad; un pacto para la convivencia, defi-niendo el futuro de éste país, poniendo al día nuestro Estatuto de autonomía. Y un pacto para superar la crisis económica que estamos padeciendo.
1.- Pacto por la Libertad y la Igualdad.
Toda sociedad debe tener unos principios básicos compartidos, unos valores inspiradores de la actividad política. Y en Euskadi nos urge aclarar y definir los principios inspiradores de la política.
Yo voy a expresarles los dos que me parecen más urgentes y necesarios: la libertad y la igualdad.
La Libertad: para tener un país sin miedo.
Quiero recordar en este punto un episodio histórico que marcó profundamente la trayectoria del socialismo español. Como saben, tras el triunfo de la revolución rusa en 1917, el Partido Socialista envió a Moscú a Fernando de los Ríos para interesarse por lo ocurrido en el país de los soviets.
De los Ríos se reunió con Lenin y en un momento de la entrevista le preguntó: ¿cómo y cuándo cree usted que podrá pasarse del actual periodo de transición a un régimen de plena libertad para sindicatos, prensa e individuos?
Lenin le miró sorprendido y le respondió con otra pregunta que ya es famosa: “la libertad, ¿para qué?” y De los Ríos contestó “Libertad para ser libres”.
Más adelante, Indalecio Prieto, pronunció en 1921 una conferencia en la sociedad El Sitio de Bilbao con el título ‘La libertad base esencial del socialismo’, en la que entre otras cosas decía:
“La idea de libertad es superior a la idea de patria. La idea de libertad es superior a la idea de socialismo; cuando la patria o cuando el socialismo niega la libertad, desaparecen los justos títulos que puedan tener para nuestro respeto. La libertad ante todo; el socialismo como un medio para alcanzar la libertad”.
Palabras que hoy conservan toda su vigencia. La libertad es lo que hace que exista el ciudadano, lo que lo crea. Sin libertad la persona deja de ser ella misma porque se encuentra amarrada con cadenas ajenas a la voluntad de otros. Queremos libertad para poder ser nosotros mismos.
Y en Euskadi tenemos aún serios problemas de libertad. Tenemos agujeros negros de la libertad; espacios en los que las voluntades individuales se encuentran sometidas a fuertes presiones. Presiones que preten-den que muchos vascos dejen de ser lo que realmente son, que renuncien a sí mismos.
El terrorismo de ETA, que durante tantos años lleva azotándonos, ha convertido en un acto heroico algo elemental, la base misma de la sociedad democrática, como es expresar la opinión en público. El que jue-ces, policías, militares, periodistas, empresarios y políticos de distinto signo –hasta 40.000 personas según Gesto por la Paz- tengan que vivir bajo la amenaza directa de una banda terrorista en Euskadi es una de-nuncia brutal de la falta de libertad.
Pero la falta de libertad no se limita en Euskadi sólo al ataque terrorista directo. Es una niebla que llega a los más pequeños resquicios, y lo cubre todo: es el silencio.
Miles de vascos callan. Callan porque saben que su opinión no está bien vista. Que decir lo que piensan les puede crear problemas.
Miles de ciudadanos vascos han aprendido a vivir con dos almas: una pública, pudorosa, tímida, con miedo a llevar la contraria a lo oficialmente correcto; y otra personal, guardada, protegida por la intimidad de su casa o de la familia, que no se atreve a salir al público.
Ese miedo, que cubre con el silencio la opinión personal de miles de vascos, tiene que terminar.
El mejor termómetro de la libertad es la ausencia de miedo. Y por eso, desterrar el miedo, debe ser un ob-jetivo prioritario de la política en este país.
Tenemos que conseguir que ningún vasco tenga miedo a decir en voz alta lo que piensa. Si conseguimos eso, la libertad se habrá hecho de nuevo invisible.
Por eso, la prioridad de la acción política y social en este país no puede ser otra que la de mantener la uni-dad frente al terror.
Unidad en el respaldo, sin fisuras, a un Estado de derecho que combate al terrorismo con las herramientas democráticas que tiene en su mano. Por eso, respaldo, sin fisuras, a la actuación eficaz de la policía, a la contundencia de la justicia, a la colaboración internacional y al rechazo social.
Y nos corresponde, además, otra labor fundamental, imprescindible diría yo, deslegitimar ética, política y socialmente a la violencia y a los falsos argumentos en los que algunos la quieren sustentar.
Y esto no puede quedar en una frase vacía de contenido. Se trata de que todos digamos a una que, en de-mocracia, no hay causa alguna que justifique la violencia, que no hay patria que valga la pena construida sobre sangre de inocentes, que, como dijo el clásico “quien asesina a un hombre no defiende ninguna idea, sólo asesina a un hombre”.
Pero además hay que decir claramente, porque es verdad, que en este país no hay ideas ilegalizadas, ni opresores, ni alambradas. Que todo el mundo puede defender abiertamente lo que piensa y lo que quiere: la independencia, la autodeterminación o lo que les parezca más oportuno.
Que lo único que no está permitido, que es ilegal y que vamos a perseguir es a todos aquellos que utilizan las armas y la violencia para conseguir sus objetivos políticos. Y que además, no lo van a conseguir porque los demócratas ni vamos a retroceder ni un milímetro ni a facilitar un solo espacio para sus kalejira maca-bra.
No es tiempo de ambigüedades con estas cosas, sino de claridad y unidad. Y los Socialistas Vascos estamos dispuestos a buscarla.
Y el otro pilar del que les hablaba es la igualdad, una referencia permanente de toda actividad política.
De igualad se habla mucho y de muchas formas, pero yo les voy a decir cómo la entendemos los socialis-tas. Cuando decimos que queremos igualdad en la sociedad vasca no nos referimos a que todos los vascos tengamos que ser iguales, que hagamos las mismas cosas, o pensemos igual.
Yo no quiero para Euskadi aquella máquina del MURO de PINK FLOYD, que hacía con los niños del colegio clones idénticos.
Algunos pueden tener la tentación de que todos los vascos seamos iguales. Yo no. Yo reivindico el derecho a ser diferente. Por eso la igualdad que planteo no es ésa. La igualdad que defiendo tiene dos aspectos complementarios: la igualdad normativa y la igualdad de oportunidades.
Con igualdad normativa no quiero decir que a todos los vascos se nos debe tratar igual. A alguno esto le pude parecer una perogrullada. Pero a miles de vascos no nos lo parece porque, de forma machacona, hemos conocido un empeño en dividirnos y en clasificarnos.
Es una separación que no se recoge en ninguna norma legal, pero que tiene una enorme presencia social. Es algo tan interiorizado en algunos dirigentes nacionalistas que no hace mucho Ibarretxe fue a Barakaldo, e intentando ser amable –y esto es precisamente lo más grave- les dijo a los vecinos y vecinas de ese mu-nicipio: “Vosotros también sois vascos”. Con ese “vosotros también”, estaba creando un enorme foso que divide la igualdad.
Yo me quedo con la frase de Isaiah Berlín sobre la igualdad básica: “Que nadie valga más que uno, y que todos valgan uno”. Dicho de forma más coloquial, que ningún vasco valga más que otro vasco; que ningún vasco por origen, apellidos o ideología valga menos que otro vasco.
Y para ello, por encima de la identidad, del debate identitario que a algunos les gusta tanto, yo quiero colo-car en el frontispicio de este país el concepto de ciudadanía. Porque la ciudadanía como fuente y receptor de derechos, libertades y obligaciones, nos hace a todos iguales y vertebra y cohesiona a una sociedad.
Y es la convivencia de esos ciudadanos y ciudadanas libres e iguales lo que impulsa nuestra segunda pro-puesta de gran Pacto.
2.- Pacto por la convivencia, mediante la actualización del Estatuto.
A menudo me preguntan qué modelo de país defendemos los Socialistas y siempre contesto lo mismo: el modelo que está en la Constitución porque reconoce nuestra singularidad. Porque reconoce los derechos históricos de los vascos y consagra una relación singular de los territorios forales con el Estado. El modelo del Estatuto de Gernika, porque nos ha permitido alcanzar el mayor grado de autogobierno de toda nuestra historia.
El modelo que garantiza la convivencia desde el respeto a nuestra pluralidad y diversidad.
Son otros, los que ahora defienden un modelo diferente, los que tienen que explicarnos por qué este mode-lo ya no sirve. Por qué quieren someter a esta sociedad a lo que Txema Montero ha llamado la “insoporta-ble percepción de que siempre estamos empezando”.
Una sociedad democrática es, en sí misma, una sociedad autodeterminada porque, día a día, va adoptando las decisiones que le corresponde y le compete.
Los vascos ya disfrutamos y ejercemos nuestro derecho a decidir en todo. Y lo hacemos en diferentes ám-bitos de decisión (en el vasco, en el español y en el europeo). ¿Alguien puede decirme la ventaja de renun-ciar a decidir en esos ámbitos que nos dan una capacidad enorme para definir nuestro presente y nuestro futuro y convertirnos en una isla cuando estamos construyendo un continente?
Si Ibarretxe quiere poner todo eso patas arriba la pregunta es ¿para qué? ¿Adónde quiere ir? Tenemos de-recho a que nos hable claro: ¿qué plantea?, ¿la independencia, como dicen claramente sus socios de EA? ¿Cree de verdad que el de Kosovo es un buen ejemplo para Euskadi, como dijo la portavoz de su gobierno? ¿Qué ganamos los vascos dejando de influir en las decisiones que se toman en Madrid o en Bruselas?
Yo creo que el Estatuto de autonomía sigue siendo una propuesta válida para el siglo XXI. Es una renuncia clara y definitiva al Estado homogéneo. Y es, además, una propuesta institucional para la convivencia de identidades diferentes.
El Estatuto es la plaza pública que no tiene un propietario concreto, pero en el que todos nos podemos reunir y discutir. El Estatuto no es un modelo para que todos pensemos igual, para que todos sintamos la misma identidad. Es el lugar del diálogo y de la discrepancia. El Estatuto es el sitio donde cabemos todos. Es verdad que, seguramente, nadie estará a gusto del todo. Pero es verdad también que nadie se quedará fuera, a la intemperie.
Por eso, yo quiero reivindicar hoy aquí el Estatuto como el marco político de la tolerancia. La tolerancia en-tendida de forma positiva, como reconocimiento activo de las propuestas del otro. En este punto, es justo reconocer que en Euskadi algunos hemos hecho, no sin esfuerzo, un camino más largo para entender y asumir las propuestas de los otros.
Hemos terminado comprendiendo que nuestros conciudadanos nacionalistas tienen reivindicaciones a las que conceden mucha importancia y que muchas de ellas no tienen porqué romper la convivencia.
Hemos hecho un largo camino a la tolerancia, aunque no siempre vemos el mismo esfuerzo por la otra par-te; el esfuerzo de intentar comprender valores e identificaciones que no coinciden con las propias.
Somos diferentes y tenemos el derecho y la obligación convivir, luego vamos a ver qué cosas de las que tú planteas las podemos asumir entre todos y cuáles son los espacios en los que tú puedes desarrollar tus propuestas aunque yo no las comparta.
Pero esto sólo es posible si todos hacemos el mismo esfuerzo. En este sentido, el Estatuto es la vía porque es la mano tendida que no se convierte en puño para enfrentarnos entre nosotros.
Por ello no me preocupa que diferentes partidos tengamos interpretaciones diferentes del Estatuto. Lo que me preocupa es que haya partidos que quieren romper el modelo estatutario, haciendo propuestas que en realidad no sabemos adónde nos llevan.
Yo veo el Estatuto como un nuevo roble del siglo XXI, un gran hito vertical que marca el ‘meeting point’, el lugar de encuentro de vascos diferentes. Y por eso reivindico el modelo estatutario como base de negocia-ción y discrepancia. Incluso para modificarlo y ponerlo al día, por consenso, como han hecho otras comuni-dades autónomas.
Y por eso me he comprometido a llamar a todas las fuerzas políticas para recuperar el consenso y abordar una reforma estatutaria, si existe consenso para ello, que sirva, entre otras cosas, para lo siguiente:
1º. Para dejar claro, en una exposición de motivos, que no partimos de cero, sino de un Estatuto que nos ha aportado progreso y modernidad y que deseamos mejorar en clave de más democracia, más libertad y mas derechos de ciudadanía.
2º. Para asentar la ciudadanía como el principio y el fin de nuestro sistema de autogobierno y que la igual-dad política y social, que excluye cualquier tipo de discriminación, debe figurar en el frontispicio de un Es-tatuto renovado y con proyección de futuro.
3º. Para zanjar de forma definitiva los desacuerdos sobre competencias y establecer claramente las fórmu-las para la consecución definitiva de las transferencias que acordemos, así como para adaptar los meca-nismos estatutarios a las nuevas realidades políticas y sociales.
4º. Para poner nuestro estatuto al día y, entre otras cosas, buscar la fórmula, a través del consenso y la legalidad, de hacer factible la consulta a la ciudadanía en aquellas materias que son de nuestra competen-cia. Zanjando la discusión, interesada y mal planteada, por el Gobierno tripartito sobre nuestra capacidad de consulta.
5º. Para no ahorrar esfuerzos en la recuperación del pacto y en la actualización del compromiso estatuta-rio. Utilizando para ello los recursos extraordinarios que contienen la Constitución y el Estatuto en su refe-rencia a los Derechos Históricos de los Territorios Forales.
Esta es una propuesta que nace de la convicción de que el Estatuto, como norma fundamental de Euskadi, no es un mero listado de transferencias, sino nuestro marco de autogobierno, nuestro ámbito de conviven-cia y el triple pacto entre vascos, territorios e instituciones y de estos con el estado.
Por eso es una propuesta de reforma estatutaria (que culmina en un referéndum confirmatorio) y que res-ponde a las necesidades reales del país y no a los caprichos partidistas de nadie.
3.- Pacto para superar la crisis económica.
Y es, a todas luces evidente, que las necesidades reales de este país hoy pasan por superar los efectos de la crisis económica.
Y paso brevemente (porque las hemos hecho públicas en otras ocasiones y con mayor extensión y detalle) a exponer las medidas que hemos planteado, sabiendo que la sociedad vasca tiene tres activos fundamen-tales para salir de esta situación:
- la gran capacidad y dinamismo de nuestros trabajadores y de nuestra clase empresarial,
- la solvencia de un tejido industrial asentado, saneado y diversificado,
- y la capacidad financiera que pone en nuestras manos el Concierto Económico.
Tengo que decir que estoy plenamente convencido de que la economía vasca será capaz de remontar esta coyuntura desfavorable.
Pero, en estos momentos, el diálogo social tiene que ser el referente básico. Debemos ser capaces, y yo me voy a empeñar en ello, de unir fuerzas para minimizar los efectos sociales y económicos de la crisis, y para salir de la misma reforzados.
Para ello, mi apuesta es alcanzar un gran Pacto económico, social y político al que sumar al conjunto de los partidos democráticos, a las instituciones y a los agentes económicos y sociales del país. Un gran acuerdo:
1. Para facilitar que nuestras empresas dispongan de los medios e instrumentos necesarios para capear la crisis a través de medidas extraordinarias de naturaleza financiera, utilizando la figura de los anticipos rein-tegrables o flexibilizando el acceso al capital-riesgo.
2. Para utilizar el presupuesto público para dinamizar la actividad económica a través de actuaciones con impacto directo e inmediato, como son las infraestructuras públicas y la vivienda. Y para incrementar tam-bién la eficacia en la ejecución del gasto público de Gobierno y Diputaciones.
3. Para activar el funcionamiento del Consejo Económico y Social y recuperar también la actividad del Con-sejo de Relaciones Laborales, buscando el imprescindible diálogo entre sindicatos y empresarios para bus-car acuerdos sobre la cantidad y la calidad de los empleos.
4. Para que, en el ámbito de la I+D+i, racionalicemos el funcionamiento de nuestro entramado tecnológico, intensifiquemos la colaboración entre los ámbitos autonómico, central y europeo, y demos un mayor prota-gonismo a las empresas tractoras en materia de innovación.
5. Para impulsar la racionalización del tejido productivo, mediante fusiones o favoreciendo la consolidación de grupos fuertes, y para evitar la pérdida de centralidad de la economía vasca con el desplazamiento de centros de decisión.
Pero, además, tengo radicalmente claro que la crisis no deben pagarla los que menos tienen. Y para ello hay que reforzar los presupuestos de gasto social, aunque eso se traduzca en un déficit temporal en los re-cursos de nuestras instituciones.
Y ese refuerzo hay que hacerlo, fundamentalmente, a través de la creación de un fondo suplementario con el que atender y continuar mejorando la calidad de los servicios públicos: Sanidad, Educación y Asistencia Social, con especial atención a la Ley de Dependencia.
Porque el desarrollo de esta Ley ayudará, también, a crear un importante nicho de empleo para la atención de las personas dependientes.
En este escenario de Pacto cobran especial importancia nuestros Ayuntamientos, por lo que hemos pro-puesto crear un fondo presupuestario interinstitucional, que podría denominarse Udalekin, que asegure los ingresos de los municipios y su capacidad inversora.
Y esta colaboración interinstitucional también debe resultar de especial importancia en la puesta en marcha de un Plan de Vivienda que garantice, por un lado, la compra de terrenos y la construcción de Viviendas de Protección Pública y, por otro, reduzca el riesgo de las entidades financieras en las hipotecas que concedan a los compradores, facilitando así el acceso al crédito de estos últimos. Y que, al mismo tiempo, cree un fondo que permita, transformando terrenos con usos para dotaciones de equipamientos, construir vivien-das para alquiler.
En Euskadi, llevamos años funcionando en superávit, lo que hace que dispongamos de una cantidad de re-manentes nada desdeñables; llevamos años cancelando deuda y, por lo tanto, con una capacidad de en-deudamiento enorme; años en los que el Gobierno Vasco no ha sido capaz de ejecutar su presupuesto de inversiones.
Por eso, ha llegado la hora de dar la vuelta a esta situación, utilizando todos nuestros recursos y potencia-lidades, poniéndolos al servicio de una política anticíclica que contrarreste, mediante estos y otros proyec-tos, los efectos de la crisis.
Voy acabando, Euskadi es una sociedad moderna y por ser moderna, es compleja, variada, con múltiples propuestas simultáneas que hacen que seamos un país próspero.
A la hora de hacer nuestras propuestas de futuro, los Socialistas hacemos un ejercicio tan simple y tan de sentido común como mirar a la sociedad vasca y decir: así es como somos; ésta es la Euskadi real. Y deci-mos más: nos gusta Euskadi tal como es, plural y diversa. No pretendemos homogeneizarla. En este pe-queño país tenemos que caber todos.
La cuestión fundamental que debemos dirimir los vascos en el futuro no es cómo enfrentarnos al Gobierno central. Lo que tenemos que decidir aquí es cómo queremos construir la propia sociedad vasca.
Y yo defiendo la unidad de la sociedad vasca, como cuerpo político único que reconoce todas las tendencias identitarias y políticas.
Esto no quiere decir, de ninguna manera, que al Gobierno Vasco no le corresponda defender con firmeza los intereses de la sociedad vasca y yo lo haré con toda la determinación del mundo.
Y sí, reivindicado la unidad de los vascos y de las vascas. La unidad no es estar juntos porque el destino nos ha hecho vivir en el mismo espacio geográfico. La unidad es sabernos comprometidos con un mismo futuro. Es tener la convicción de que el futuro de todos es una responsabilidad compartida.
La unidad que reivindico es sabernos todos miembros de la misma comunidad. Es trabajar hombro con hombro para construir un futuro mejor para todos.
Tengo plena confianza en la sociedad vasca como para estar seguro de que está en excelentes condiciones para ganar la apuesta y para superar cualquier reto.
No es una confianza ciega. Es una confianza informada. Nadie que dirija una gran empresa, y aquí hay mu-chos que lo hacen, (y muy bien por cierto), pondría su estrategia de renovación y crecimiento en manos de alguien que careciera de ambición y que no tuviera confianza en las posibilidades de la propia empresa, en alguien que la desacreditara en los mercados en que tuviera que competir.
Yo no he sido nunca catastrofista. El pesimismo no puede conducir más que al derrotismo. Y con derrotis-mo se tienen perdidos todos los retos antes incluso de llegar a afrontarlos.
Por eso, quiero concluir reafirmando mi profunda convicción de que los vascos tenemos todas las bazas que precisamos para ganar el futuro, y que tenemos que jugarlas con ambición y con trabajo continuo.
Yo tengo esa ambición y trabajaré sin desmayo por cumplirla. Me sobra el optimismo sobre los resultados que podemos alcanzar. Por eso pediré a la ciudadanía su confianza y estoy seguro de que Euskadi, como siempre, apostará por el futuro y se dará una oportunidad.