“La familia” sigue manteniéndose como una institución de referencia en nuestro sistema de vida y, en estos momentos, es el soporte último de la crisis económica. Es una de las instituciones sociales que más ha cambiado en las recientes décadas. Ha funcionado como una red de seguridad para muchas personas, en muchos sentidos prácticos de la vida, pero que ya comienza a debilitarse por la prolongación de la crisis.

Así, el fuerte incremento de los hogares unipersonales en Euskadi es más un indicador de potencial dependencia de personas mayores que viven solas que de emancipación de las más jóvenes. Nuestra juventud es una de las que tiene una edad de emancipación más tardía de Europa y por tanto, se deben promover políticas que hagan posible dicha emancipación a fin de hacer efectiva su integración social y económica.

Igualmente el elevado porcentaje de las familias sin hijos y la menor cuantía de las que tienen hijos, pone de relieve una baja natalidad que refleja obstáculos para el ejercicio del derecho de las personas a tener la descendencia deseada y a formar familias, lo cual, a su vez, tiene consecuencias negativas en términos sociales.

Estos cambios en la institución familiar hay que tenerlos presentes de cara a la gestión de los servicios de bienestar: la sanidad, el sistema de pensiones, etc., servicios que en la actualidad tienen fuertes dificultades para mantener sus prestaciones y que, previsiblemente, mientras no seamos capaces de cambiar las tendencias de la economía, seguirán incrementando tales dificultades.

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