La extensión del desempleo estable y del subempleo se han manifestado como características propias del nuevo capitalismo financiero. Y su impacto se ha hecho sentir de manera directa en las nuevas generaciones.

El problema no es sólo la extinción del trabajo sino también su precariedad y reducción de derechos. La antigua y estable relación laboral, articulada en organizaciones a su vez estables, ha sido sustituida por la flexibilidad, el corto plazo, por empresas en continua desintegración o reorganización, lo que supone un cambio radical en el mundo del trabajo y en la economía.

En Euskadi, mucha gente se ve afectada por recortes de plantilla, pierde el control de su vida y ve también cómo se desorganiza su familia, debido, a un contexto de creciente globalización del mercado, a la introducción de nuevas tecnologías en el sistema productivo y al decidido empeño en reducir los costes del “factor trabajo”.

La importancia del trabajo para la gente no radica en el trabajo mismo, sino en el hecho de que es la base para la supervivencia y para una vida individualizada y socialmente integrada: constituye, en definitiva, el “eje de la existencia”. Al igual que la familia, la profesión ha perdido sus funciones de garantía y protección anteriores. En otras palabras, el trabajo es, o ha sido, uno de los factores de construcción de la propia identidad. Y, como es evidente que esto está cambiando, es la propia sociedad en su conjunto quien lo está haciendo.

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